

No hay sino un problema filósofico realmente serio: el suicidio. Juzgar que la vida vale o no la pena de ser vivida equivale a responder a la cuestión fundamental de la filosofía. El resto, si el mundo tiene tres dimensiones, si las categorías del espíritu son nueve o doce, viene después.....y si es cierto como asegura Nietzsche, que un filósofo, para ser estimable debe predicar con el ejemplo, se comprende la importancia de esta respuesta, pues precederá al gesto definitivo. Se trata de ideas sensibles para el corazón, más es preciso profundizar en ellas para que el espíritu las tenga claras.
Si me pregunto por que juzgo tal cuestión más urgente que tal otra, respondo que por la acciones a las que compromete.....Juzgo, pues, que el sentido de la vida es la más apremiante de las cuestiones. ¿Cómo responder a ella? En todos los problemas esenciales, y me refiero a los que ponen en peligro la vida o decuplican la pasión de vivir, no hay probablemente sino dos métodos de pensamiento, el de Perogrullo y el de don Quijote. El equilibrio de evidencia y lirismo es lo único que nos permite acceder al mismo tiempo a la emoción y a la claridad.
El suicidio siempre se ha tratado como un fenómeno social. Aquí, por el contrario, para empezar, nos ocuparemos de la relación entre el pensamiento individual y el suicidio. Un gesto como ese se prepara en el silencio del corazón, lo mismo que una gran obra. El mismo hombre lo ignora. Y una noche, se dispara o se arroja al vacío.....Comenzar a pensar es comenzar a estar minado. La sociedad no tiene mucho que ver con esos comienzos. El gusano se encuentra en el corazón del hombre. Allí hay que buscarlo. Es preciso seguir y comprender el juego moral que lleva de la lucidez frente a la existencia o la evasión fuera de la luz.
Hay dos causas para un suicidio y, de forma general, no siempre las más aparentes son las más eficaces. Raramente nos suicidamos por reflexión (aunque no haya de excluirse la hipótesis). Lo que desencadena la crisis es casi siempre incontrolable.
Más si es difícil fijar el instante preciso, el sutil trámite en que el espíritu aposto por la muerte, es más fácil deducir del gesto en sí las consecuencias que supone. Matarse es, en cierto sentido y como en el melodrama, confesar. Es confesar que la vida nos supera o que no la entendemos.....Es solamente confesar que ^`"no vale la pena"^. Vivir, naturalmente, jamás es fácil. Seguimos haciendo los gestos que la existencia pide por muchas razones, la primera de las cuales es la costumbre. Morir voluntariamente supone que hemos reconocido, aunque sea instintivamente, el carácter ridículo de esta costumbre, la ausencia de toda razón profunda para vivir, el carácter insensato de esa agitación cotidiana y la inutilidad del sufrimiento.
¿Cuál es pues ese incalculable sentimiento que priva al espíritu, del sueño necesario para su vida? Un mundo que podemos explicar, aunque sea con malas razones, es un mundo familiar. Pero en cambio en un universo privado de pronto de ilusiones y de luces, el hombre se siente extranjero....Ese divorcio entre el hombre y su vida, el actor y su decorado es propiamente el sentimiento de lo absurdo. Y como todos los hombres sanos han pensado en el suicidio, cabe reconocer, sin más explicaciones, que hay un lazo directo entre ese sentimiento y la oposición a la nada.
El tema de este ensayo es justamente esa relación entre lo absurdo y el suicidio, la medida exacta en que el suicidio es una solución para lo absurdo. Podemos dar por sentado el principio de que un hombre que no hace trampas debe ajustar su acción a lo que cree verdadero. La creencia en lo absurdo de la existencia debe, pues , regir su conducta. Es curiosidad legítima preguntarse, claramente y sin falsos patetismos, si una conclusión de este orden exige abandonar cuanto antes una condición incomprensible. Me refiero, por supuesto a los hombres dispuestos a concertarse con sigo mismos.
Planteado en términos claros, el problema puede parecer sencillo e insoluble.....invirtiendo los términos del problema, parece que, al igual que uno se mata o no se mata, no haya sino dos soluciones filosóficas, la del sí y la del no. Sería demasiado fácil. Aunque también hay que pensar en los que interrogan siempre, sin llegar a una conclusión. Y no estoy ironizando: se trata de la mayoría. Veo igualmente que quienes responden no actúan como si pensaran que sí.
De hecho, si acepto el criterio nietzschiano, piensan que si de una forma u otra. En cambio los que se suicidan suelen estar seguros del sentido de la vida. Estas contradicciones son frecuentes. Inclusive podríamos decir que nunca han estado tan viva como sobre este punto, en el que tan deseable parece la lógica. Es un lugar común comparar las teorías filosóficas con las conductas de quienes la profesan.
Frente a estas contradicciones y estas oscuridades ¿ha de creerse que no hay ninguna relación entre la opinión que uno puede tener de la vida y el gesto que hace para abandonarla? .....En el apego de un hombre a su vida hay algo más fuerte que todas las miserias del mundo. El juicio del cuerpo vale tanto como el del espíritu y el cuerpo retrocede ante la aniquilación. Cogemos la costumbre de vivir antes de adquirir la de pensar. En la carrera que todos los días nos precipita un poco más hacia la muerte, el cuerpo conserva una delantera irreparable.
El equilibrio mortal que constituye el tercer tema de este ensayo es la esperanza. Esperanza de otra vida que es preciso ^`"merecer^`, o trampa, de quienes no viven la vida en sí, sino para alguna gran idea que la supera, la sublima, le da un sentido y la traiciona.
Todo contribuye así a sembrar la confusión. No en vano, se ha jugado con las palabras hasta ahora y se ha fingido creer que negarle un sentido a la vida conduce por fuerza a declarar que no vale la pena de ser vivida. No hay, en verdad ninguna equivalencia forzosa entre esos dos juicios. Sólo hay que negarse a dejarse extraviar por las confusiones, divorcios e inconsecuencias señaladas hasta aquí. Hay que descartarlo todo e ir en derechura al verdadero problema. Uno se mata porque la vida no vale la pena de ser vivida - sin duda eso es verdad -....Pero ¿es que ese insulto a la existencia, ese mentís en que se la hunde, proviene de que carece de sentido? ¿es que su absurdidad exige escapar de ella, por medio de la esperanza o el suicidio? Eso es lo que hay que poner en claro, que perseguir e ilustrar descartando todo el resto. Lo absurdo impone la muerte, es preciso dar a ese problema prioridad sobre los otros, al margen de todos los métodos de pensamiento y de los juegos del espíritu desinteresado.
Los matices, las contradicciones, la psicología que un espíritu "objetivo" sabe introducir en todos los problemas no cabe en esta búsqueda y esta pasión. Hace falta solamente un pensamiento injusto, es decir lógico. No es fácil. Siempre es fácil ser lógico. Es casi imposible ser lógico a fondo. Los hombres que mueren por sus propias manos siguen así hasta su final la pendiente de su sentimiento. La reflexión sobre el suicidio me da, pues, la oportunidad de plantear el único problema que me interesa: ¿hay una lógica incluso en la muerte? No puedo saberlo si no es persiguiendo sin pasión desordenada a la única luz de la evidencia, el razonamiento cuyo origen indico aquí. Es lo que se llama un razonamiento absurdo. Muchos lo iniciaron. Todavía no sé si se atuvieron a él.
Cuando Karl Jaspers, revelando la imposibilidad de constituir el mundo en unidad, exclama: ^`"Esa limitación me conduce a mí mismo, allá donde ya no me retiro detrás de un punto de vista objetivo que no hago sino representar allá donde ni yo mismo ni la existencia ajena puede convertirse en objeto para mí"^`, evoca, después de otros muchos, esos lugares desiertos y sin agua donde el pensamiento llega a sus confines. Después de otros muchos, sí, sin duda, ¡pero cuan impacientes por salir de allí! A ese último recodo donde el pensamiento vacila han llegado muchos hombres, y de los más humildes. Estos abdicaban entonces de lo más querido que tenían que era su vida. Otros príncipes del espíritu, abdicaron también, pero procedieron entonces, en su rebelión, al suicidio de su pensamiento. El verdadero esfuerzo, está, por el contrario, en atenerse a él, en la medida de lo posible, y en examinar de cerca la vegetación barroca de esas remotas comarcas. La tenacidad y la clarividencia son espectadores privilegiados de la inhumana representación en la que lo absurdo, la esperanza y la muerte intercambian sus réplicas. El espíritu puede analizar las figuras de esta danza a la vez elemental y sutil, antes de ilustrarlas y revivirlas él mismo.
....después de todo quién puede saber cuándo la vida empieza a enamorarse de la muerte quién osaría decir cuándo comienza la dulce seducción.....
ResponderEliminargracias por el texto. Me fue útil.
ResponderEliminarun saludo
El suicidio como derecho humano. Reflexiones marginales. Revista virtual. Universidad Nacional Autónoma de México. Año 5, número 26. Abril-Mayo 2015. Suicidio. Disponible en: http://reflexionesmarginales.com/3.0/el-suicidio-como-derecho-humano/
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