Mis luchas con el ego ocurren en un estadio abandonado, un Madison Square Garden de aldea donde mi poderoso yo se sueña entre grandes reflectores.
Casi siempre caigo ante sus jabs como Saulo en el camino de Damasco.
Mi humilde sombra busca el clinch con el demonio de mi ego, aprovechando un descuido.
No es el mío un un ego barriobajero, fogueado en peleas callejeras. Pero aprovecha mis dudas y me apalea. Su más constante jab es el que lanza a mi inocencia.
Imagínen un cuadrilátero bajo el neón de la luna, donde mi ego busca poner K.O. a mi alterego.
Mi ego es procaz, mi alterego un hombre timorato que sólo atina a defenderse.
¿Qué hacer cuando se tiene como sparring a una sombra? El último combate no tuvo parangón. En una esquina, mi ego(sin duda un campeón de peso pesado) y en la otra mi sensatez(un pugíl del monton) se miran de lejos con recelo.
Desde el primer asalto mi ego me acorrala y zarandea como a un muñeco de fieltro. En el 5 asalto caigo de bruces, fulminado, con los brazos en cruz como un pobre remedo de Cristo. Mi ego da vueltas en torno del yacente, brinca como un comanche alrededor del fuego, levanta los brazos jubilosos, me mira con desdén de gladeador.
Un público fantasma me nombra Rey de Burlas mientras aplaude a mi soberbio contrincante.




